viernes, 26 de junio de 2009

Costumbres: Comidas De La Época

Los rioplatenses siempre fuimos de buen comer. Incluso en la época colonial se dedicaba mucho tiempo y esfuerzo al arte culinario. Dónde celebrar la fiesta patria con buena comida Los argentinos nos caracterizamos por darle mucha importancia al estómago. La buena comida es uno de los requisitos básicos de lo que consideramos "una vida ideal". Y es por esto que no resulta nada raro el hecho de que, a principios del siglo XIX, los criollos opinaran lo mismo.

Mientras los patriotas discutían la necesidad de establecer autoridades nacionales que respondiesen a Fernando VII, desplazado del reinado de España por el francés Luis Bonaparte, la gente en las calles continuaba con su vida cotidiana, y esto también incluye los platos que normalmente consumían.

Las comidas predilectas de los criollos de la época eran la sopa de arroz y la de fideos, el asado, el matambre, el puchero, diversos guisos, las albóndigas, el estofado y los zapallitos rellenos.

El locro y las empanadas también formaban parte de los platos más consumidos, al igual que un picadillo que se hacía con pasas de uva.

La carbonada es otra de las comidas típicas de la época colonial, y está muy relacionada con la argentinidad. Sin embargo, muy pocos saben que su origen es belga, y que en aquellas tierras lleva el nombre de carbonnade. Se trata de un guiso de carne realizado dentro de un gran zapallo, al que se le agrega maíz. En su país natal, lleva cebolla y cerveza.

Los criollos también adoraban las cosas dulces: los bocadillos de papa o batata, la cuajada, las frutas, la natilla (plato de origen español a base de huevos, leche y azúcar), el arroz con leche, los alfajores, las masitas y la famosa mazamorra, que vendedores ambulantes solían ofrecer por las calles

jueves, 25 de junio de 2009

La organización de la sociedad


La sociedad en tiempos de la dominación española se encontraba jerarquizada con criterios étnicos. Para los conquistadores las clases sociales estaban dadas de acuerdo a las razas. Una frase característica de los españoles era: un nativo bueno es un nativo muerto.

Desde mediados del siglo XVIII la población del virreinato aumentó gradualmente, aunque su distribución geográfica no era uniforme. Desde el punto de vista étnico, la sociedad del periodo hispánico estaba formada por blancos, indígenas y negros.

Los blancos comprendían los españoles, los criollos y los extranjeros.

Los españoles:

Los hidalgos españoles que pasaron al Nuevo Mundo conservaron los caracteres propios de su tierra natal, mantuvieron su fe religiosa y su carácter autoritario. De mediocre instrucción se consideraban superiores a los criollos (sus iguales americanos), quienes no podían compartir sus privilegios por el solo hecho de haber nacido en este continente.

Los españoles ocupaban el gobierno y las principales funciones públicas. Administraban sus ganados y haciendas, es decir, las tareas que resultaban más provechosas, ya que “su propensión e inclinación los lleva a enriquecerse” según decía un documento de la época.

Los criollos:

Hijos de padres españoles, pero nacidos en América, los criollos eran inteligentes, ambiciosos, altivos y liberales. No pudieron tolerar que los “chapetones” (españoles) recibieran todos los privilegios y que los excluyeran de las funciones públicas.

Aunque las leyes otorgaban a los españoles y a los criollos la igualdad jurídica, estas disposiciones no se cumplían en la práctica.

Los extranjeros:

Los monarcas españoles trataron de impedir la libre entrada de extranjeros en sus dominios de ultramar. Procedían en esta forma, de acuerdo con principios políticos y religiosos comunes de la época.

A pesar de lo que establecían las leyes vigentes, buen número de portugueses, ingleses, franceses, italianos y judíos, se radicaron en América para ejercer variados oficios (sastres, zapateros, carpinteros, etc.)



Los indios:

Eran los naturales sin sangre española. Para facilitar la obra colonizadora en América, la corona implantó el trabajo obligatorio de los naturales por medio de las encomiendas.

Los negros:

La necesidad de reemplazar a los indígenas que no respondían en los trabajos rudos, inició la trata o comercio de negros. Éstos eran adquiridos a sus reyes en la costa atlántica del África por traficantes ingleses, portugueses y franceses, quienes luego los vendían como esclavos en América.

Por constituir un elemento comercial, los negros recibieron mejor trato que los indígenas.

Los mestizos:

Los españoles del período virreinal, se alarmaron ante la gran cantidad de mestizos (hijos de blanco e india), ya que estos hábiles jinetes se destacaban por su arrogancia y falta de escrúpulos.

Prefirieron abandonar la ciudad, donde se les reprochaba su mestizaje se internaron en las campañas. En principio, estos campesinos fueron llamados gauderios, y más tarde conocidos como gauchos.

En la sociedad también se percibió claramente el cambio revolucionario. Muy pronto, los españoles peninsulares no afectos al nuevo orden establecido, fueron considerados abiertamente como enemigos. El derecho privado fue rápidamente cambiado: en 1811 se suprimió el tributo indígena; en 1812 se prohibió la importación de esclavos; en 1813 se eliminó toda forma de servicio personal de los indígenas, se liberó a los hijos futuros de madres esclavas, la liberación de todo esclavo introducido al territorio y de todo aquel que se enrolara en el ejército. Asimismo, se abolió todo tipo de nobleza y se prohibió la exhibición de blasones, en una sociedad que, en la época colonial, estaba muy acostumbrada a su uso.

La guerra y la necesidad de armar ejércitos para sobrevivir, generó un fenómeno social: la progresiva militarización de la sociedad y la influencia que este sector iba a ir teniendo en los asuntos políticos.

En lo que respecta a la cuestión religiosa, la revolución impuso profundos cambios. En una sociedad muy religiosa, como era la colonial, los gobiernos revolucionarios no dudaron en perseguir a aquellos miembros del clero desafectados al proceso que se inició en 1810. Llegó incluso, en 1813, a manejar los asuntos eclesiásticos en forma absoluta: las relaciones con el Vaticano no se reanudarían hasta bien avanzado el siglo XIX. Es más, la propaganda revolucionaria logró que una fiesta cívica como el 25 de mayo superara en importancia a las festividades religiosas tan importantes en la sociedad colonial.

Los cambios en la clase principal

Desaparecidos los funcionarios reales, surgió una elite revolucionaria o clase dirigente que ocupó los principales cargos políticos, militares, administrativos y eclesiásticos, siguiendo la escala de cargos públicos, la que se caracterizó por la inestabilidad debido a los enfrentamientos internos entre los distintos grupos políticos.

Los comerciantes mayoristas españoles perdieron importancia. Los criollos, que querían reemplazarlos, tuvieron que competir con los comerciantes ingleses a causa del libre comercio.

Los hacendados y estancieros, en cambio, beneficiados con la valorización de su producción, consiguieron una influencia que no tenían en la época de la colonia.

Los militares adquirieron una gran importancia gracias a la guerra. Los jóvenes comenzaron a ver posibilidades en la carrera de las armas, es por eso que comenzaron a incorporarse en el ejército.

El clero, mantuvo su importancia espiritual, intelectual y política. Conservó a su cargo, la educación, la orientación espiritual de la población y de los ejércitos en marcha.

¿Hechos Reales?


por LISANDRO GALLUCCI (Prof. de historia de la UNC de Río Negro)

Como ocurre cada año, el mes de mayo encuentra a los argentinos conmemorando acontecimientos cuyo significado muchas veces resulta oscuro a no pocas personas. Desde nuestro ingreso al sistema educativo allá en los tiempos de la infancia, cada año hemos presenciado las imágenes canónicas sobre la Revolución de Mayo tales como las del "pueblo" concentrado frente al Cabildo, la de unos entusiastas French y Beruti distribuyendo escarapelas blanquicelestes o la de los negros que felices repartían mazamorra entre los que asistieron a la Plaza durante aquellos días de otoño porteño. Resulta, sin embargo, que la realidad era bastante diferente: "pueblo" no tenía el significado que actualmente damos a la noción, los colores blanco y celeste eran distintivos de la dinastía borbónica y no la insignia de una nación independiente y, por último, la población negra continuaba sujeta a la esclavitud, condición que en el espacio rioplatense no desaparecería sino hasta mediados del siglo XIX.

Pero más allá de la iconografía puesta en juego una y otra vez en los actos escolares, la centralidad que ocupan los sucesos de Mayo en la memoria histórica de los argentinos debe mucho a la historiografía romanticista producida durante el último cuarto del siglo XIX. Esas interpretaciones, entre las que las de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López son las más conocidas, instituyeron lo que podría denominarse el "mito de origen" de la nación argentina, que fue recogido por un sistema educativo nacional que por esos mismos años estaba dando sus primeros pasos. Para aquellos políticos-escritores, la nación argentina había nacido en Mayo de 1810 y si no había logrado consolidarse en las (varias) décadas que le siguieron, no fue –siempre según su mirada– sino a causa de la "anarquía" en la que los caudillos habrían hundido a la nación a partir de 1820.

Las investigaciones desarrolladas por los historiadores profesionales en las últimas décadas han permitido revisar críticamente la coyuntura de Mayo y los procesos políticos que la misma desató. Gracias a esa producción, existe actualmente en la historiografía argentina un sólido consenso en torno de lo que los sucesos de Mayo de 1810 no fueron. En primer lugar, Mayo no representó en absoluto el nacimiento de la nación argentina. En realidad, una identidad argentina sólo comenzó a construirse mucho más tardíamente y gracias al impulso dado por el Estado. Por otra parte, la independencia no era un objetivo que persiguieran desde la partida los protagonistas de 1810. Acaso basta con recordar que las Provincias Unidas declararon su independencia respecto de España recién en 1816 (¡seis años después!), en un contexto político en el que las cartas ya estaban jugadas. Por último, las decisiones tomadas por esos revolucionarios no obedecían a un proyecto elaborado previamente, aun cuando una pequeña minoría había participado en algunas sociedades secretas.

Reseña Histórica

En mayo de 1810, debido a la invasión de Napoléon a España, Buenos Aires convocó a un Cabildo Abierto para tomar medidas frente a la caducidad del gobierno del virrey e instrumentar la reversión de los derechos de soberanía al pueblo y, como consecuencia inmediata, la instalación de un nuevo gobierno. Se debía debatir si se seguía declarando lealtad al Rey o al nuevo regimen napoleónico.
Entre 1810 y 1816 se sucedieron diferentes formas institucionales, siendo inaugural la Primera Junta (órgano de tipo colegiado) regulado principalmente por dos documentos: el Reglamento del ´25 – sancionado por el Cabildo– y el Reglamento del ´28 emanado de la propia Junta. Interpretando el primero de ellos se incorporan los diputados del interior al órgano porteño, creándose así la Junta Grande, institución que a su vez instauró juntas provinciales y decretó la creación de un Triunvirato. Así, fue sancionado el Estatuto Provisional del Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Río de la Plata y los decretos sobre la libertad de imprenta y la seguridad individual.
En 1812, correspondió al Segundo Triunvirato llevar adelante la convocatoria a una Asamblea Constituyente, conformada al año siguiente, que fue el primer congreso de nuestra historia que asume la representación de la soberanía de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
La Asamblea del año XIII, como cuerpo representativo, no cumple con su objetivo fundamental de dictar una constitución pero si desarrolla una ardua tarea legislativa en pro de las libertades individuales y constituye la apertura hacia nuevas formas institucionales.
En cuanto a la organización política pudo establecer un Poder Ejecutivo unipersonal, creando el cargo de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Instituyó el 25 de Mayo como fecha patria, estableció el Escudo y el Himno y mandó acuñar una moneda propia. Éstas eran acciones con las que demostraba su voluntad de formar un estado soberano.