jueves, 25 de junio de 2009

¿Hechos Reales?


por LISANDRO GALLUCCI (Prof. de historia de la UNC de Río Negro)

Como ocurre cada año, el mes de mayo encuentra a los argentinos conmemorando acontecimientos cuyo significado muchas veces resulta oscuro a no pocas personas. Desde nuestro ingreso al sistema educativo allá en los tiempos de la infancia, cada año hemos presenciado las imágenes canónicas sobre la Revolución de Mayo tales como las del "pueblo" concentrado frente al Cabildo, la de unos entusiastas French y Beruti distribuyendo escarapelas blanquicelestes o la de los negros que felices repartían mazamorra entre los que asistieron a la Plaza durante aquellos días de otoño porteño. Resulta, sin embargo, que la realidad era bastante diferente: "pueblo" no tenía el significado que actualmente damos a la noción, los colores blanco y celeste eran distintivos de la dinastía borbónica y no la insignia de una nación independiente y, por último, la población negra continuaba sujeta a la esclavitud, condición que en el espacio rioplatense no desaparecería sino hasta mediados del siglo XIX.

Pero más allá de la iconografía puesta en juego una y otra vez en los actos escolares, la centralidad que ocupan los sucesos de Mayo en la memoria histórica de los argentinos debe mucho a la historiografía romanticista producida durante el último cuarto del siglo XIX. Esas interpretaciones, entre las que las de Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López son las más conocidas, instituyeron lo que podría denominarse el "mito de origen" de la nación argentina, que fue recogido por un sistema educativo nacional que por esos mismos años estaba dando sus primeros pasos. Para aquellos políticos-escritores, la nación argentina había nacido en Mayo de 1810 y si no había logrado consolidarse en las (varias) décadas que le siguieron, no fue –siempre según su mirada– sino a causa de la "anarquía" en la que los caudillos habrían hundido a la nación a partir de 1820.

Las investigaciones desarrolladas por los historiadores profesionales en las últimas décadas han permitido revisar críticamente la coyuntura de Mayo y los procesos políticos que la misma desató. Gracias a esa producción, existe actualmente en la historiografía argentina un sólido consenso en torno de lo que los sucesos de Mayo de 1810 no fueron. En primer lugar, Mayo no representó en absoluto el nacimiento de la nación argentina. En realidad, una identidad argentina sólo comenzó a construirse mucho más tardíamente y gracias al impulso dado por el Estado. Por otra parte, la independencia no era un objetivo que persiguieran desde la partida los protagonistas de 1810. Acaso basta con recordar que las Provincias Unidas declararon su independencia respecto de España recién en 1816 (¡seis años después!), en un contexto político en el que las cartas ya estaban jugadas. Por último, las decisiones tomadas por esos revolucionarios no obedecían a un proyecto elaborado previamente, aun cuando una pequeña minoría había participado en algunas sociedades secretas.

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